ARTICULO PUBLICADO EN LAREPUBLICA.COM.PE
Se celebró el 183 aniversario de la batalla de Ayacucho. Acto se realizó en la Pampa de la Quinua, a la misma hora y lugar en que 1,400 integrantes del Ejército Libertador perecieron hace 183 años.
Alfredo Pomareda,
enviado especial a Ayacucho.
Fotos: Virgilio Grajeda.
Somos libres, seámoslo siempre. Como hace 183 años, miles de peruanos lucharon por esta hermosa tierra del sol. Hombres y mujeres, niños y soldados, pusieron toques de realismo.
La batalla no empezaba porque el presidente Alan García, quien llegó tarde, se negaba a subir al estrado de honor si es que la banda de música no tocaba un tema para dibujar un glorioso ambiente de recibimiento. Más de tres mil actores (entre ellos universitarios, militares y colegiales) lo esperaban en la Pampa de la Quinua para iniciar la lucha. Se hizo la música y el mandatario arribó al toldo, pero los silbidos de rechazo de parte del pueblo ayacuchano destruían la melodía de la canción exigida por García. La escenificación de la batalla que selló la independencia peruana se iniciaba, entonces, con una "pifia" no esperada.
"Nosotras somos las rabonas, o sea las que lloran al despedirse de sus maridos y hermanos que se iban a la guerra. Algunas apoyaban al ejército realista, otras al libertador", cuenta Carmen Llactuna en representación de sus mejores amigas Alexandra Ataucusi y Melissa Mendoza, todas adolescentes ayacuchanas que han esperado al presidente García por largas horas. Tienen sed, pero se contienen porque la batalla está a punto de empezar.
Sí existieron las rabonas en la historia y fueron un pedido del general español Juan Antonio Monet al enterarse de que en el Ejército Libertador (los buenos, los hijos de Simón Bolívar) eran 5 mil 780 soldados peruanos, casi la mitad del Ejército Realista (los malos, los opresores entre los que habían miles de compatriotas, los ibéricos explotadores de ese entonces). Monet miraba a los batallones liderados por el general venezolano Antonio José de Sucre como un trozo de carne de cañón. Pero todo sucedería al revés.
REALISMO
"Para hacerlo lo más real posible hemos ensayado por mes y medio. Los talleres de confección nos han donado la ropa en algunos casos. Nosotros sí nos sentimos patriotas", grita Max Llalli Cabana, quien representa a uno de los oficiales que escoltaban al general Sucre (que es representado por el alcalde de Huamanga, Germán Martinelli Chuchón).
En la Pampa de la Quinua se han instalado casi 50 minas, todos los combatientes tienen una caja de fósforo y cohetones que encenderán cuando empiece la acción. "Da risa, pero tenemos que hacerla real", dicen Edwin Quispe. Él será uno de los 3,060 realistas que morirán. Tiene trece años, pero él mismo quiso participar en la batalla. El padre de Edwin, José Quipe Chacactana, es del Ejército Libertador.
"Los vamos a alcanzar en el cerro Cóndor Cocha y ahí vamos a capturar a algunos", dice José, quien posiblemente ‘mate’ a su hijo de un certero balazo en la frente. El humo se apodera de la pampa ayacuchana. En el estrado de honor el presidente García está acompañado por la primera dama, Pilar Nores, y los ministros Allan Wagner, Jorge del Castillo y Verónica Zavala, quienes embelesados por el cuadro no dejan de aplaudir. La escenificación eriza los cabellos, pero no muchos se sienten patriotas al recordar la Batalla de Ayacucho.
"Ganamos y se logró la independencia, pero al virrey Don José La Serna se le regaló dinero, se ofrendó cantidad de oro a España. Se les rindió honores a esos españoles que nos trataron mal por tantos años", dice Abelino Fernández, un policía en retiro que vive en Quinua. Su resentimiento lo obliga a mirar con desdén la escenificación.
MANO BLANDA
Todo lo que dice Abelino es cierto, a los españoles caídos se les trató con mano blanda. En el Acta de Capitulación que contiene 18 cláusulas, firmada por el general realista José Canterac y por Antonio José de Sucre en representación del Ejército Libertador, se les concedía dinero y empleo seguro a los españoles.
Lo cierto es que hace 183 años, un nueve de diciembre, 5 mil 780 soldados peruanos, colombianos, ecuatorianos, panameños, bolivianos, chilenos, venezolanos y argentinos, aplastaron a un ejército español (también compuesto por compatriotas que apoyaban a los opresores) que casi los doblaba en número y en armamento. Tras aquella batalla suscitada en Ayacucho se selló la independencia peruana.
Más tarde Simón Bolívar, artífice del Ejército Libertador, separó del Perú a Bolivia y regaló a Colombia el trapecio amazónico. De eso también reniegan los ayacuchanos a la vez que pifian al presidente García. En la sierra peruana, como en muchos lugares de la patria, aún no se sienten libres del todo. La esclavitud campea, los bajos sueldos son el pan diario. "Los empresas extranjeras explotan a los trabajadores. De qué libertad hablamos", dice Danny Donayre, un universitario que actuó de realista.
A pesar de todo la Pampa de la Quinua, llena de botellas vacías y de pólvora, sigue siendo gloriosa. A pesar de que los esfuerzos del Ejército Libertador parezcan nulos en estos tiempos. A pesar de eso y mucho más, es bueno sentirnos patriotas siquiera una vez al año.
CIFRAS
5,600 hombres tenía el Ejército Unido Libertador comandado por José de Sucre.
3 mil personas participaron en la representación escénica de la batalla de Ayacucho.
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